enero 06, 2010

A tiempo de perdón

He tremendamente olvidado sonreír con los recuerdos que no nacieron para ser olvidados; he inventado de manera capaz y fundamentada estados de ánimo que forman nexos con rencores. Estados de ánimo que se desaniman si se animan a nacer.

Ahora, en los momentos del perdón, es cuando pesa la carga levantada por el tiempo y la vergüenza se tropieza con la sinceridad que se logra cuando nada se calla, vergüenza de mí mismo por ser quien soy cuando no estoy conmigo, vergüenza del historial de malos tratos y los diluvios de lluvia ácida de palabras, vergüenza del pudor extremo a pensar lo que yo pienso. Ese pudor del que hoy soy parte en el ayer, y que ya no me quita las fuerzas para lograr objetivos trazados por el corazón y alentados por la razón de un soñador a tiempo completo.

Y si el perdón, mi perdón, no rasca mi puerta por las noches, en algún momento me invitará a volar para formatear mi cerebro de forma permanente, sin garantía alguna de volver a ser quien creo que soy en estos momentos. Espero no esperar tanto como para que eso pase.

Perdonar es convivir con el pasado sabiendo que el pasado no es mañana y que sólo se pinta con los colores de nuestras emociones, aquellas emociones que ya no tienen vida y que se instalan a manera de fotografía en los áticos del corazón. No quiero emociones a través de las guerras, ya no contaré más bajas en mis filas, pues la bandera blanca se ha plantado de raíz y no se quiere arrancar de esta sangre del despojo que sirve de tinta para dibujar estos sentimientos en mi blog... (Parece que continúa, pero no tengo más palabras)

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